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jueves, 17 de abril de 2008

Para mi todo, todo, todo, para el otro nada, nada, nada

Para mi todo, todo, todo, para el otro nada, nada, nada
(Derechos inalienables).

Resulta imprescindible reflexionar y debatir acerca de los derechos de la población inmigrante, que, guste o no guste, se considere bueno o malo, se esté de acuerdo o no forma parte de la sociedad.
Y es importante hacerlo desde el punto de vista de los derechos inalienables de las personas, confiando en que, al menos, no se les intentará discutir su pertenencia a la especie humana.

I- Cuatro de las razones que avalan la oportunidad de esta reflexión:
1.- La percepción social de la inmigración, valgan, a modo de ejemplo, los siguientes datos:
- En barómetros recientes del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) alrededor de un 40% de los encuestados señala la inmigración como uno de los tres principales problemas que hay en España, situando la inmigración en el segundo, tercer o cuarto puesto de los problemas del país, aunque solo el 13% considera que es uno de los tres problemas que personalmente le afectan más.
- Cerca 60% estima que hay demasiados inmigrantes, (aunque como media estiman que hay un 20% de la población, es decir duplican el porcentaje).
- En torno al 85% cree que solo debería permitirse la entrada en España de aquellos que tengan un contrato de trabajo.
- Aproximadamente un tercio declara no haber tenido trato o relación con inmigrantes.
- Con frecuencia se achaca a la presencia de los inmigrantes el deterioro de los servicios sociales públicos, la competencia desleal en el mercado de trabajo, el aumento de la delincuencia y toda una serie de males sociales.

2.- Los argumentos y datos de quienes presentan la presencia de la población inmigrante, como un problema en si misma, o una fuente de problemas están con tanta frecuencia sesgados y falseados, que en el debate sobre lo que supone la inmigración la tendencia de quienes discuten esta concepción es refutar esos datos, o desvelar la intención interesada de los argumentos.

Así sucede cuando se exagera en el número de inmigrantes, cuando se obvia mencionar el número de emigrantes de nacionalidad u origen español en el mundo, cuando se califica la llegada de estas personas como de invasión, de avalancha, de masiva…, o se ignora su contribución económica, o se les culpabiliza por no venir de forma regular como si fueran los responsables de la legislación española que lo dificulta hasta hacerlo prácticamente imposible, o cuando se les atribuye como una decisión no forzada el ocupar puestos de trabajo mal pagados, trabajar en la economía sumergida, enfermar aumentando el número de personas que deben ser atendidas en la sanidad pública, vivir varias familias en una sola vivienda…, o cuando se resalta que al escolarizar a sus menores en la escuela pública la calidad de la enseñanza se resiente, (¿no deberían llevarlos a la escuela?). Y cuando se incide en la nacionalidad de los acusados de delitos, o en su sobrerepresentación en las prisiones, o en la marginalidad. Ocurre también cuando al hablar de la pobreza y la falta de perspectivas en sus países de origen, las responsabilidades históricas de los países de llegada no parecen existir, cuando se pretende ignorar que los efectos de las decisiones políticas y de las políticas económicas de los países a los que se dirigen no son ajenas a la situación en su región y cuando se esconden los efectos del neoliberalismo y la globalización y que el fundamentalismo del mercado y el nuevo orden social están provocando el saqueo y empobrecimiento de los países emisores e incrementando la injusticia y la desigualdad.

3.- La existencia de una legislación especial para extranjeros, es decir de un régimen de apartheid (ver recuadro), y el adelgazamiento del derecho al asilo hasta hacerlo casi inexistente, sin que encuentre oposición social, ya que ni siquiera hay conciencia de ello.

4.- El cierre de fronteras, los métodos asesinos para llevarlo a cabo (SIVE, abordaje de pateras, vallas, cuchillas en la cima de las mismas, entrega de subsaharianos a la policía marroquí, subarriendo de las repatriaciones a países en los que las violaciones graves de los derechos humanos son cotidianas y masivas), la consideración de la población inmigrante como mano de obra, el tratamiento de la inmigración como un problema de orden público, la represión como sistema, la utilización de la inmigración para responsabilizarla le de todos los males…, la tolerancia de la economía sumergida y la justificación desde los poderes públicos y desde los medios de comunicación de todo ello como algo inevitable, con un escaso debate social sobre los asuntos de fondo.

II- Estas y otras muchas razones obligan a reflexionar sobre que hay en el fondo de la situación de las personas inmigrantes en nuestra sociedad.
Y en el fondo de esta situación está su consideración como trabajadores y trabajadoras en lugar de su consideración como personas:
Ya que los trabajadores son personas, se admite, tienen otros derechos y obligaciones, pero son trabajadores, su esencia no es la de seres humanos, si no la de trabajadores.
Que no vengan si no se les puede “dar” trabajo, que pasen hambre, que padezcan enfermedades curables sin remedios, que se mantengan sin instrucción, que sufran guerras o violencia política, que se sometan a matrimonios forzados, pero si no nos sirven que no vengan, que no estén, que se vayan.
Que vengan si son pocos, si son rentables, si nos conviene, si enriquecen nuestra sociedad, si aceptan nuestra superioridad. Si cubren por poco dinero los puestos de trabajo vacantes o penosos.
Que se conformen con un papel de subalternos, con unos derechos limitados; no han nacido aquí, o por lo menos sus padres no han nacido aquí, esto es nuestro, y les estamos “regalando” nuestro estado de derecho, nuestro estado de bienestar, los estamos empleando (aunque sea algo precariamente), pero es nuestro, no es su derecho, no son iguales, no son personas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos es para nosotros, para los que tenemos la nacionalidad, no son derechos inalienables de las personas, son nuestros, somos superiores.

¿Oímos voces de protesta contra los enfermos del corazón, si la lista de espera para el cardiólogo es muy prolongada?, ¿Maldice un opositor a los parados por pretenden presentarse a las mismas oposiciones que el? ¿Admitiría alguien la justeza de aplicar mayor pena a un delito a alguien por haber nacido en Cuenca? ¿O que el padrón de los de Jaén, y solo el de los habitantes de Jaén, se tuviera que renovar cada dos años?, ¿O que la administración pudiera no motivar una resolución si el padre del afectado es de Lugo? Lo cierto es que en el fondo de todo hay una afirmación de superioridad, una negación de los derechos humanos.
Hay que plantearse que al margen de las nacionalidades, de las culturas, de los motivos para emigrar, de los proyectos migratorios, de las afinidades o simpatías, de que sean muchos o pocos, de que alteren más o menos significativamente nuestra sociedad, cada inmigrante es una persona, con sus derechos inalienables incorporados.

Es gente que vive aquí, la mayoría trabajando, claro, como la población autóctona. Y como viven aquí no solo trabajan: van al cine, leen, bailan, comen, ven la tele, compran, estudian, salen con los amigos, aman, tienen hijos, se pelean, hacen deporte, se asocian, piensan, se enferman, ríen, lloran, van al banco, como todo el mundo, como todos, como todas.
Seguramente un alto porcentaje preferiría una primitiva millonaria o ser funcionario con un nivel 30, a un puesto de trabajo en el andamio o recogiendo aceitunas o cuidando ancianos o en la barra de un bar, como entre la población autóctona.
Seguramente la decisión de emigrar, sería distinta si no se hubiera sido una decisión forzada, o no existiría; seguramente lo doloroso de la emigración, sería más leve si no fuera tan problemático volverse atrás.
Pero en cualquier caso, aquí están, y con ellos van sus derechos, porque los derechos humanos son inalienables, van unidos a la persona, y las demás personas, no podemos restringirlos.
No se pretende decir que la presencia de los inmigrantes no exija medidas por parte de las Administraciones públicas, la inmigración no es un problema si se afronta la situación y se ponen las medidas necesarias para la convivencia, lo será si no se hace. Como no es un problema la enseñanza si se organiza, pero lo sería si no hubiera colegios, institutos, universidades, profesores, libros de texto…
Nadie tiene obligación de que le gusten, alguien puede desear que no vengan, pero no es aceptable que se considere con el derecho a que no estén, o a que lo hagan solo si le son útiles.

Con las condiciones que sufre una parte de las personas que viven en el Estado Español se niega la universalidad de los Derechos Humanos, se los degrada a la condición de derechos de ciudadanía española y no de la persona como ser humano y el status de ciudadanía se eleva a categoría de privilegio para la discriminación en derechos. La población inmigrante lo sufre y la sociedad en conjunto se degrada.

Hay otros caminos para afrontar la presencia de los inmigrantes en el Estado Español, es un ejemplo recordar las palabras de Lázaro Cárdenas (presidente de Méjico en el año 39) a los exiliados españoles: “Al llegar ustedes a esta tierra entregaron sus talentos y sus energías para intensificar el cultivo de los campos, aumentar la productividad de las fábricas, avivar la claridad de las aulas, edificar y honrar sus hogares y hacer, junto con nosotros más grande a la nación mexicana. Aunque no quedara ninguno de los veteranos de la República, su ejemplo de lealtad y su fe en la reivindicación de los derechos violados será mandato para la actual juventud y las futuras generaciones y continuará como bandera invicta de los precursores del triunfo de la democracia”. ¿Da envidia, verdad?